Segundo trabajo discográfico del cineasta Estadounidense
David Lynch, un confeso amante de
Elvis Presley, enamorado tanto del rockabilly de los años cincuenta como del
blues sureño, nos muestra como en su cabeza se decodifican estas músicas que
dieron origen al rock n roll, ya sabemos que todo lo que pasa por el prisma cerebral
del gran director de películas como Blue Velvet (1986) o Mulholland Drive
(2001) ya no vuelve a ser igual, y tanto en sus trabajos audiovisuales como en
sus discos y su arte en general tienen un sello distintivo incuestionable que
lo caracteriza y es el de crear climas etéreos, somnolientos casi asfixiantes
en algunos casos y eso para algunos puede traducirse como algo tedioso y para
los incondicionales del cineasta puede transformase en algo sublime e
insuperable.
En su anterior entrega Crazy
Clown Time(2011), Lynch se volcaba mas hacia una electrónica espástica,
creando atmósferas que tranquilamente podían servir de soporte para cualquiera
de sus películas, pero que sin el sustento de las imágenes se tornaba en una
escucha un tanto sin sentido, algo que podríamos denominar como un mero
capricho del creador de Twin Peaks, el tipo tenía ganas de sacar un disco y se
saco las ganas, sin resistir un mayor análisis, y lo escuchamos porque conocemos
el nombre de su creador, sino está claro que sería un trabajo que pasaría
completamente desapercibido.
Pues bien con este segundo disco la cosa intenta
ponerse más tracción a sangre, dejando de lado las bases electrónicas y
focalizando las composiciones en un blues fantasmal, pero es solo eso, un
intento que claramente se diluye en el recorrer de la escucha y no llega a buen
puerto, la voz de Lynch (que no es un gran cantante) suena gélida y monocorde, voz
que por momentos es susurrada o recitada un recurso valido pero Lynch no es
Nick Cave ni mucho menos Tom Waits y el abuso de efecto en su garganta por
momentos es cansador.
Las canciones se
van sucediendo una tras otra y parece que estamos envueltos en un espiral
repetitivo, en un callejón sin salida, hasta la versión de “The Ballad of
Hollin Brown” de Bob Dylan nos da esa sensación de deslucimiento constante.
Sin llegar a ser ninguna maravilla el bonus track “Im
Waiting Here” en la voz de la cantante sueca Lykke Li es de lo mas rescatable de todo el álbum al
igual que la balada “Cold Wind Blowin”, las once canciones restantes que
completan el disco son intrascendentes y en algunos casos rozan el
aburrimiento, sin mostrar demasiados recursos creativos este segundo trabajo
discográfico de David Lynch quedará en el olvido al igual que su debut,
mientras esperamos la nueva película de uno de los mas geniales creadores del
séptimo arte que seguro nos deslumbrara y nos llenara de emoción cosa que su música
no hace.
Lloyd Cole and the Commotions tomaron por asalto las radios británicas de indie rock a mediados de la década del ochenta, su carta de presentación era una
mezcla perfecta de pop ambicioso con
folk delicado, ingredientes que convergieron en uno de los discos debut mas
categóricos de la década, estoy hablando del magistral Rattlesnakes (1984), trabajo que podríamos atesorar tranquilamente
entre otras dos obras tan imprescindibles como esta, la de sus contemporáneos Aztec
Camera con High Land, Hard Rain(1983)
y la de Prefab Sprout con su gran obra Steve
Mcqueen(1985), esta sería una excelente trilogía para entender el pop británico
de alto calibre y buen gusto de la época, pero tras ese deslumbrante despertar
las cosas cambiaron de rumbo abruptamente para Cole y sus compañeros. Sus
álbumes siguientes pasaron sin pena ni gloria, Easy Pieces (1985) vendió bien en el Reino Unido pero las críticas
fueron lapidarias y Mainstream (1987) cayó directamente en el olvido de todos, ambos trabajos no fueron recibidos de la
forma que se esperaba y Lloyd decidió encarar una carrera como solista, se
trasladó a Nueva York con la intención de “endurecer” un poco su música y así
fue que se rodeo con algunos músicos de la banda de Lou Reedque lo ayudaron a
dar el puntapié inicial a una carrera con nombre propio, el cual plasmó en su
disco homónimo de 1990.
Con el correr de los años el músico británico se transformó en un cantautor de bajo perfil, casi diríamos de culto y fue enlazando trabajos
con diferente impacto, algunos picos compositivos y otros sin mayor
trascendencia. Entre lo mejor de su carrera solista podemos mencionar Don’t Get Weird on Me Babe(1991), The
Negatives(2000) y Music in a Foreing
Language(2003).
Este nuevo disco abre con “California Earthquake” de la
autoría de John Hartford, única canción de Standardsque no fue compuesta por Cole y junto con el primer corte “Period Piece” nos dan
un pantallazo general de cómo va a ser el sonido del resto del álbum.
Standards esel título del flamante álbum de Cole y es
muy acertado, ya que, está plagado de clichés rockeros, en el buen sentido claro
está, es un disco de rock clásico, cancionero, lo que llamamos comúnmente “un
disco de rock adulto” pero no AOR.
Lo más destacado del disco son la melodía sombría de “Blue
Like Mars” y la oscura “No Truck” ambas piezas nos presentan al mejor Lloyd
Cole, ese compositor melancólico y sereno casi al límite de la canción
confesional, pero también hay lugar para el mejor rock brit en “Opposites Day” y
“Dimished X” encargada de cerrar el álbum.
Como paso en su anterior trabajo Broken Record(2010)también es de la partida Joan Wasser (más
conocida como Joan As a Police Woman) y además cuenta con el aporte del ex
Commotion Blair Cowan.
El músico británico que ya a pasado la barrera de los
cincuenta, es un fiel reflejo de cómo envejecer y seguir haciendo música con
dignidad, como es el caso de sus
admirados David Bowie y Bob Dylan, este no será el mejor trabajo de su carrera
y ya hace tiempo que Lloyd Cole dejó de ser esa prominente estrella pop que la
prensa auguraba en sus años mozos, para elegir un camino alternativo, el de las
buenas canciones y transformarse en un cantautor deluxe e inspirado.
El ex líder de Fricción y Los Siete Delfines contínua con la premisa de editar un disco por año, desde que dio el puntapié inicial a su carrera como solista con Siberian Country Club en el 2011, Richard Coleman no para un segundo, al año siguiente nos presento su exquisito proyecto de versiones en ingles titulado A Song is a Song (Vol 1) , ambos trabajos catapultaron a Coleman hacia un público bastante más amplio y el otrora “músico de culto” comenzó a calar más hondo en una mayor cantidad de gente, como el propio músico canta en una de sus canciones nuevas “algo que parece increíble, es lo que sin duda sucederá”. Lo que en realidad sucede es un acto de justicia artística, esa sería la forma de traducir este momento pleno y de mayor popularidad que goza Coleman, a fuerza de batallar durante muchos años ya sea acompañando a grandes popes del rock local, o componiendo grandes canciones y lanzando excelentes discos con sus diferentes proyectos. Todos sus trabajos que siempre fueron valorados por una élite, por eso este mayor reconocimiento hacia un músico que mantuvo un estilo fiel a sus convicciones artísticas, algo que muy pocas veces pasa en el ámbito musical y mucho menos en el mundo del rock. Ahora llega su flamante tercer álbum, integrado por completo por canciones de su autoria, para esta ocasión la producción recayó en las manos de Alejandro Vázquez, histórico productor de la banda Carajo, el grupo que acompaña al músico es muy sólido, suenan compactos y con los matices necesarios que requiere cada canción. La banda esta compuesta por Gonzalo Córdoba en guitarras, Dani Castro en bajo, Diego Cariola en batería y Bodie Datino en teclados y sintetizadores, El Expreso Transiberiano como suele bautizarlos Coleman a sus músicos, es realmente un acompañamiento deluxe. Este nuevo trabajo continúa la senda que el músico abrió con Siberian Country Club, canciones precisas, perfectamente delineadas y que se desenlazan de manera vertiginosa, desembocando en estribillos sumamente melodiosos, tal es el caso del primer adelanto “Como La Música Lenta” y sobretodo en la maravillosa “Corre La Voz” acompañado por la inconfundible guitarra de Skay Beilinson, conformando uno de los puntos más altos del disco, pero el ex Redondito de Ricota no es el único invitado de lujo, también esta el Hammond B-3 de Alejandro Lerner en dos canciones “Caja de Fotos” y “Cuestión de Tiempo” y Leandro Fresco, compañero de Richard en la banda de Gustavo Cerati aporta sintetizadores y loops en el tema que da nombre al disco y en “Lo Que Nos Une”.
Tenemos once nuevas canciones de un músico sumamente talentoso, y que sin dudas esta atravesando uno de los mejores momentos de su carrera, lo que no es poco para un artista con la vasta trayectoria del Sr. Richard Coleman.
Lean Ruano.-
En Time el viejo Rod está volviendo a casa, pero no a la casa del rock o del blues sino a su material cancionero influenciado por el folk rock y sus raíces celtas, volviendo a esas canciones dulces del su repertorio solista en a principios de los ´70s (especialmente el de sus legendarios discos Never a Dull Moment o Every Picture Tells a Story)
Luego de Human (2001) Rod Stewart se dio una vuelta (que por momentos pareció interminable) por los grandes clásicos del cancionero norteamericano, incluidas canciones navideñas y todo. Quizá por ello, uno de los méritos más destacables de este nuevo álbum sea que, la mayoría de las piezas pertenecen a este artista que (en este caso), sin hacer una irrupción rutilante sigue moviendo fibras íntimas. Convengamos que desde Vagabond Heart (1991), Rod no nos entregaba algo de “puño y letra”. Así, Time, nos ofrece una obra de 12 canciones (más tres bonus tracks) con mucha incidencia del británico. Sólo no son propios "Picture in a Frame" (de Tom Waits), y los tres bonus ("Corrina Corrina", "Love Has No Pride" y "Legless") Tal vez su veta compositiva haya surgido nuevamente producto del trabajo que realizó para elaborar su autobiografía salida a la venta a finales del año pasado, y ya considerada un best-seller mundial. El sonido de Time muestra las intactas influencia del folk, el soul, y el R & B, en la música del británico. Hecho que confirman temas como “Live the life” y “Beautiful Morning”.
El disco lo abre “She Makes Me Happy”, una canción de amor fiel al estilo de su trabajo de 1991 que no solo dice sino también muestra hasta qué punto Rod es “a reborn man” (un hombre renacido). En “Can´t Stop Me Now” habla de las épocas en que trataba de alcanzar el éxito como cantante. Con "Brighton Beach", la mezcla entre una melancólica letra sobre su juventud bohemia en los años ´60, antes de alcanzar la fama, cuando vagaba por la arena de esa conocida playa de la costa inglesa en donde se juntaban las tribus rocker y mods a cagarse a trompadas cada fin de semana, y un sonido acústico sumado a la interpretación de Rod nos acerca a una de las mejores piezas del disco. “It's Over” es una canción que también sigue por esa vía; la vena intimista del británico y su buena interpretación hacen que casi nos duela saber que “se acabó”. “Sexual Religion” se relaciona con lo más banal de su producción ochentosa de radio FM.
Además, al igual que en la balada stone de 1974, Rod nos dice “El tiempo no espera a nadie”, en el tema que da título al disco, casi como si hubiera descubierto el misterio de diez constelaciones. Lo cierto es que “Time” es más auspicioso que efectivo. Un despliegue de recursos trillados en el mundo de este artista y más arreglos de lo que una canción puede soportar no hacen de este tema una de las mejores del trabajo. Sin embargo, acaso sea la que más se preste al vaivén de los celulares (hace unos años eran encendedores…) en ese momento tan emotivo de final de un show en vivo. “Pure Love” es una pieza dulce, emotiva y probablemente, por más cursi que sea su lírica, podría encajar perfectamente en el sentimiento que la mayoría de los padres tenemos por nuestros hijos; la incondicionalidad, y la sensación de estar entrelazados hasta el final. En su insistente y casi susurrante: “And you’ll always be/ You’ll always be/ You’ll always be a part of me” ("Y siempre serás/siempre serás/ siempre serás una parte mía”), la voz de Rod derrama más profundidad que el violín y el piano que lo acompañan.
Si bien en temas como "Live the life" pueden escucharse pequeños ecos de la ilustre “Maggie May”, posiblemente ninguna de estas canciones aparezca en otra lista de Las Mejores Canciones de Todos los Tiempos de la Rolling Stone.
Lo cierto es que ya sea por el tono de su particularísima voz e interpretación, por los pequeños destellos de canciones gloriosas de antaño, por el responsable y consecuente trabajo musical de su banda, o por algunas líricas cuya simpleza no afecta su efectividad, este trabajo puede ser considerado un material que, aunque no deslumbra, alumbra de algún modo una senda por la que sin dudas nos animamos a seguir a Rod, alguien nunca hará nada para caernos mal. Y en definitiva, Time trae algo inédito después más de 20 años de hacer equilibrio pivoteando en el carisma y es eso lo que festejamos.
Silvia Tapia.-